El juego del bebé recién nacido, no es una actividad que esté cargada de contenido simbólico, como en el de los niños a partir de los dos años, o como en los niños más mayores, capaces de seguir reglas y jugar en equipo.
Los niños pequeños no tienen capacidad para representarse en el mundo y tampoco auto-concepto, no hasta los dos años. Por eso, el juego en la primera infancia está claramente fundamentado en la exploración y la curiosidad.
Se dice que los bebés juegan con su propio cuerpo en interacción con los objetos y las personas que les rodean. Este tipo de juego es muy característico, y se conoce como juego funcional.
Observamos en muchas ocasiones quejas de madres y padres que nos indican que no pueden dejar a los niños solos, que tienen que llevarlos con ellos a todas partes, que no saben jugar solos.
Cuando esto ocurre, suele ser porque papá o mamá dedican todo su tiempo libre para jugar con su bebé y tienden a dirigir el juego del niño, convirtiéndose ellos en elementos indispensables para la estimulación del niño, que reclaman la presencia de sus “padres/juguete” insistentemente.
Si seguimos la explicación que nos indica que el apego seguro va de protección, que el bebé se siente querido cuando es protegido, tenemos que darnos cuenta que en estos primeros meses de vida el papel del adulto en el juego debe ser secundario, como un observador y como figura de protección, pero no como protagonista de la interacción del niño con su entorno.
Por tanto, y por definición, el juego antes de los dos años siempre es libre. Solo serán dirigidas algunas actividades conjuntas, como la lectura de un cuento o la realización de un puzzle.
Veamos algunos consejos para disfrutar del juego libre de nuestros hijos:
Establecer un momento y un lugar. No podemos estar todo el día jugando, no es necesaria la estimulación constante. Debemos tener momentos de mayor activación, y también momentos de descanso a lo largo del día
Jugar con el niño no significa dirigir el juego del niño (al menos no siempre). Que el niño guie el juego, y el adulto se convierta en un espectador que disfruta del espectáculo de ver jugar a sus hijos.
No debemos caer en el error de tratar de enseñar mientras jugamos, se trata de que aprendan mientras juegan. El juego no es una tarea o una obligación. No limitarlos en el juego. Si establecemos los límites del juego en función de nuestras propias reglas limitamos sus posibilidades de experimentación, limitamos su curiosidad y castramos la fantasía y la magia.
Los padres en el parque o en casa deben ser un centro de seguridad al que volver. La presencia de los padres en el entorno de juego delimita un espacio de protección para afrontar miedos y situaciones peligrosas.
Hay que buscar tiempo sin interferencias. No hay un límite de tiempo establecido, tampoco el tiempo debe ser de “calidad” o no serlo. Los niños deben saber que papá y mamá están ahí y que van a responderles si les necesitan.
Respetad las preferencias del niño. No olvidar que quien necesita explorar y experimentar es el niño, y no los adultos. Por ello, debemos jugar a lo que ellos desean presentarles nuevas situaciones de juego, pero no elegir nosotros el tipo de juego que más nos conviene. Disfrutadlo. Sentaos a observar a los niños en interacción con los objetos y con vosotros mismos. Os sorprenderá ver como poco a poco se vuelven más autónomos e independientes.
“Nacemos programados para amar a quienes nos cuidan y para cuidar de quien amamos” Pepa Horno. Consultora de infancia.
Jorge Bueno Gil
Psicólogo Nº Col: M-22524